Capítulos 16 y 17


CAPITULO 16 - LA TORRE



Juan esperaba fuera de su casa a los policías. Una hora antes los había llamado para ofrecerles información sobre Nicolás, el hombre al que buscaban por televisión. Desde la comisaría le informaron que estarían allí cuanto antes, lo cierto era que como se ofrecía una buena recompensa por el Tatuador el teléfono había colapsado con supuestas pistas, cuyo valor de verdad tenían que descubrir. Ignoraron entre tantos llamados que el mismo asesino se había comunicado para aportarles datos falsos y así despistarlos.

Al verlo impaciente en la entrada de la casa, su vecina Anita, tal vez la más chismosa de la cuadra fue a saludarlo y preguntarle cuando le podía cortar el pasto, su intención era obtener más información. Cuando Juan le contestó que había duplicado el precio por sus servicios para que se marchara rápido, llegó Morales con dos oficiales más a interrogarlo. El jardinero fue tras los policías y Anita lo siguió, no se lo iba a perder pues suponía que se trataba del identikit que habían pasado por los noticieros.

Juan señaló la casa de al lado y les contó que allí vivía Nicolás Piccioni, pero cuatro meses antes se había mudado, sabía este detalle porque el hombre que ahora catalogaban como asesino le pedía periódicamente que cortara el césped de la casa que, desde la construcción, había pertenecido a su familia, no quería que piensen que la tenía descuidada o abandonada. Anita observaba alternativamente a su vecino y a Morales mientras hablaban y no pudo evitar aportar un dato a la conversación. “Error” dijo,  todas las mañanas bien temprano lo veía salir de la casa cuando se levantaba a escuchar su programa de radio favorito. No precisó el horario de regreso porque apenas caía el sol cenaba y se acostaba, y Nicolás durante el día no asomaba ni su sombra por la cuadra.

Los policías intercambiaban miradas cómplices, debería esperar escondidos a que el Tatuador llegue esa noche y para eso necesitaban la colaboración de las personas con las que estaban hablando. Morales se acercó a la casa señalada y llamó a su puerta por si alguien estaba dentro, tal vez el asesino aún no sabía que lo tenían identificado. El jardinero aclaró que no abriría nadie, en la casa vivía el muchacho con la madre pero, desde la muerta de ésta, prefirió mudarse a otro barrio que no había querido comentarle. Nicolás era muy reservado en ese aspecto, no decía más que lo necesario. Ambos no tenían mucho trato con el resto de la vecindad ni tenían más familiares, el día del fallecimiento de la mujer, por un paro cardíaco, decidió no velarla y ni siquiera recibir a nadie que le viniera a dar el pésame.

Anita otra vez volvió a entrometerse, pero tuvo que aguantar a que Morales terminara de hablar con la persona que justo lo había llamado a su celular. Al leer “comisario” en la pantalla de su teléfono, dio la espalda a los hombres y se dirigió lentamente a la calle para que no escucharan ninguna información, que luego divulgaran sin su autorización a algún vecino o a la prensa, que estaba siguiéndolos de cerca en la investigación. Su jefe avisó que estaban junto al cuerpo de otra mujer asesinada por el Tatuador, su hijo en estado de shock se había comunicado para avisarles. Morales automáticamente se acordó de la charla que había mantenido a la mañana con Leonora. De ahí había confirmado con el psicólogo la cara del asesino y luego distribuido las copias a los medios de comunicación. Olvidó visitar a las mujeres que la tía de Smith le había anotado en el papel. Interrogando sobre la identidad del Tatuador se le había pasado de largo, no pensaba que volvería a actuar tan rápido. Leonora nuevamente le había demostrado la veracidad de sus visiones.

El detective cortó y se dirigió a Anita, que había quedado con la palabra en la boca. Juan Carlos imaginó que diría alguno de sus chismes, que no eran de importancia, pero se equivocaba. La mujer contó que en el barrio eran pocos los que tenían trato con Federica, la madre de Nicolás, ya que como era tarotista creían que andaba en “cosas raras”, en magia negra. Los ojos del detective mostraban sorpresa, los conocimientos que el Tatuador tenía sobre Tarot seguramente lo había adquirido de su madre. Todas las ideas sueltas en su cabeza empezaban a tener sentido y, a su vez, ideas a las cuales estaba aferrado se habían derrumbado. Ya se descartaba la posibilidad de un consultante paranoico y con la información que de a poco obtenía cercarían más al hombre que atemorizaba la ciudad. Desde ese momento podrían elaborar teorías en base a cimientos sólidos.
Uno de los policías se quedó en el frente y el otro con Morales y los vecinos fueron a la parte trasera de la casa. Intentaron espiar el interior por las ventanas pero con las cortinas les era imposible. Anita, que de tan metida daba en la tecla justa, encontró cerca de una maceta una copia de la llave de la puerta trasera. Y, aunque no tenían una orden expresa para allanar la vivienda y el policía que lo acompañaba no estaba de acuerdo, el detective decidió ingresar.

Recorrieron cada esquina y hallaron pegados a la pared de una habitación fotos de las personas que Nicolás había asesinado y de las posibles nuevas víctimas de su lista negra. Morales las guardó en su campera para identificar cuanto antes y proteger a los individuos que el asesino quería matar. En ese momento, desde la cocina un grito pronunciado y agudo alertó a los oficiales. Anita estaba inmóvil como si un rayo hubiese caído en su cabeza. Descubrió lo que nadie esperaba: el asesino además de las fotos, conservaba en la heladera el cuerpo muerto de su madre.






CAPITULO 17 - LA ESTRELLA



La intriga hizo que Morales llamara a la comisaría antes de que amanezca. Apenas abrió sus ojos, se levantó y divisó por la ventana las estrellas que aún seguían en el cielo. Notó que había despertado mucho antes del horario en que la alarma sonaba a diario. Sin percibirlo, haber trabajado hasta tarde el día anterior, investigando y cuestionando a las personas que por algún motivo decían conocer al asesino, convirtió sus horas de sueño que tanto esclarecían su mente en un túnel de interrogantes en busca de nuevos indicios. Uno de sus compañeros de trabajo le confirmó que, pese a la guardia realizada en la casa de Nicolás Piccioni, no habían tenido novedades de él. Lo más probable era que por la repercusión del identikit publicado en la televisión y los periódicos, el Tatuador no se acercaría al lugar donde los policías pudieran encontrarlo con facilidad.

Postergó su desayuno para tomarse una ducha. Buscaba relajarse, que la calma y el poder curativo del agua entraran en su vida. A medida que el agua tibia recorría su cuerpo, llevándose las tensiones y tantos cuestionamientos fortuitos, intentaba apartar de su cabeza cualquier pensamiento sobre el caso. Se acordó entonces de la última visita que tuvo con su hijo, lo extrañaba pero su esposa seguía firme en no regresar hasta que el asesino estuviera tras las rejas y él dispusiera de más tiempo para los dos. Todos aquellos momentos de plaza y juegos de mesa se habían esfumado, como si otra fuera la vida en la que se permitían esos momentos en familia. Esa misma mañana, luego de bañarse visitaría a Leonora, esperaba que le dijera algo más sobre ambos y que pudiera ayudarlo con el asunto del asesino.

Sin querer nuevamente estaba pensando sobre el Tatuador de Sangre. Le era imposible borrar de su memoria la imagen de Federica, la tarotista muerta, y de los pequeños frascos de vidrio con sangre en la  puerta de la heladera anticuada de aquel lúgubre comedor. No comprendía cómo un hijo podía mantener el cuerpo de su madre guardado en su casa como quien guarda un objeto preciado bajo siete llaves. No podía contener sus pensamientos, el planteo continuo de por qué no darle un descanso en paz era un incesante que iba y venia en cada paso que daba. Sin embargo, cada pregunta conducía a una solo hipótesis investigativa, la probabilidad de que esa sangre perteneciera al cuerpo de la difunta era cada vez más alta, sin embargo hasta no tener la confirmación de laboratorio no podía continuar con sus teorías.

Mientras agarraba el acondicionador, Sherlock pasó de Federica a Andrea, la bruja que murió a causa del vómito provocado por el sapo que Nicolás le había colocado en su boca. Otra muerte cruel y con nuevas señales. En el pecho de la mujer había dejado con sangre escrito un número nueve y el logo de un instituto de la ciudad dedicado a la formación de técnicos mecánicos. Sabiendo este dato, más el nombre del asesino y las fotos de las futuras víctimas, había concurrido al edificio y, preguntando al rector, halló a Mariano Russo, el hombre de una de las fotos. Se encontró con un varón de edad avanzada, alto y de aspecto atlético, algo canoso y ya alcanzado por los primeros signos de la calvicie. Don Iano (como cariñosamente lo llamaban en el instituto) se dedicaba a dictar clases de mecánica especializada en motores eléctricos desde hacia unas décadas.

Mariano manifestó a Morales saber quién era Nicolás pero, si se lo cruzaba por la calle, no se daría cuenta, la última vez que lo había visto era cuando tenía siete u ocho años. Había sido socio de Juan Piccioni, el padre. Ambos tenían una fábrica destinada a la producción de motores eléctricos que, por la muerte de Juan a causa de un devastador cáncer,  había quedado para él. Luego de aquel infortunio jamás volvió a ver a la familia de su socio, como si la tierra misma los hubiera borrado. Al año y medio, con el advenimiento de una crisis económica del país, la fábrica tuvo que cerrar y desde ese momento se había volcado a la enseñanza en el instituto.

El detective, terminando su ducha, repasaba una y otra vez el diálogo con este hombre. Le había preguntado cuál sería el móvil para que el Tatuador quisiera matarlo. Mariano, después de una breve pausa, contó que con el fallecimiento de Juan, su esposa reclamaba más dinero del que le correspondía por la parte de la fábrica que habían heredado, por lo que decidieron llevar el asunto a la justicia para esclarecer aquel inconveniente que los había enfrentado severamente. Mariano confesó que por una serie de “favores” que tenía en su bien, el veredicto lo favoreció ampliamente. Una gran deuda de juego lo había llevado a hacer uso de sus contactos, para no salir perdiendo en el litigio en el que la esposa de Juan lo había comprometido. Tal vez ese motivo era lo que había dejado con bronca a la mujer, y por ende a su hijo. El detective atando cabos en su cabeza preguntó por el nombre de los involucrados en el proceso, apuntaba a saber si uno de los abogados era Christian Juárez, el mismo que Nicolás había envenenado tiempo atrás. Y efectivamente, luego de un incesante interrogatorio logro que él recordara el nombre de aquel abogado, para su asombro, se trataba del difunto abogado.

Morales había descubierto una línea que unía a dos hombres elegidos por el Tatuador, ya no eran víctimas seleccionadas al azar, sino personas que de alguna manera se vinculaban con el asesino. Al mediodía volvería a interrogar a los familiares de los fallecidos y al psicólogo que había manifestado no conocerlo luego de confirmar el identikit.

Al salir de la ducha estaba más aliviado, sentía que en su investigación lo estaba guiando la buena estrella y tenía la confianza de que en poco tiempo no se hablaría más del Tatuador. Si bien habían dejado con custodia al profesor, no sabía qué relacionaba a Mariano con el número nueve, necesitaría la explicación de Leonora acerca del noveno arcano del Tarot para poder continuar con la mente clara. Así el desayuno que había planificado antes de entrar al baño ya era un plan descartado, se cambió rápidamente y partió presuroso, hoy más que nunca necesitaba ver a Leonora.

La tía de Smith le pudo dedicar pocos minutos porque tenía citas con consultantes que esperaban ser atendidos fuera de la casa. Escuchó las novedades y dijo que el 9, El Ermitaño, seguramente representaba al tipo de hombre que pretendía asesinar, un señor grande y con experiencia, en este caso, en su profesión vinculada con los motores.

Con el tono de voz dulce que la caracterizaba y viendo la tristeza en los ojos de Morales, extendió un tarot en forma de abanico y lo invitó a sacar con la mano izquierda una carta para ver el panorama que le esperaba. El detective dio vuelta una que se encontraba casi en el centro y leyó en voz alta el nombre del arcano. Se trataba del número 17, La Estrella, la carta de la esperanza, la tranquilidad en el futuro y las perspectivas brillantes. Leonora expresó que era muy positivo que haya salido esa y no otra. e intuía que en menos de una semana se terminaría todo y lo que lo afligía de su familia también acabaría, su mujer pronto estaría en casa de regreso. Morales tuvo confianza plena en las palabras de la mujer que nunca se había confundido y se marchó con el ánimo cambiado, mucho más optimista que horas antes. Lo bien que hacía, porque Leonora otra vez estaba en lo correcto.



No hay comentarios:

Publicar un comentario