Capítulos 18 y 19


CAPITULO 18 - LA LUNA



Algunos grillos y perros vagabundos atestiguaban la escena que se estaba desarrollando. Nicolás Piccioni, impaciente tirado en el suelo, miraba la luna como si ésta lo hubiera hipnotizado. Su desconcierto era muy grande, la imagen de su rostro que recorrió la ciudad lo había obligado a cambiar todos los planes. Se encontraba en un lugar que la policía por el momento no se avivaría de visitar, no era segura la casa que había alquilado tras el fallecimiento de su madre. Allí había reunido todos los elementos que le harían falta y planificado detalle por detalle cada muerte, no deseaba que su madre se enterara de las torturas que haría, creía que su espíritu rondaba la casa que lo había acogido tantos años, nunca había aceptado la muerte de Federica.

Sin embargo, cada noche debía ir a dormir a su casa, temía que su madre lo retara por llegar tarde. Al llegar a la vivienda donde lo habían criado, se aseguraba de no ser visto por los vecinos, abría la heladera para saludar con un beso sus frías y tensas mejillas y aquellos días, en los que estaba contento por haber cometido un asesinato, le manifestaba con entusiasmo que ya no tendrían que preocuparse por la persona involucrada, ya que nadie impediría la felicidad de ambos. Luego en su antiguo cuarto marcaba las fotos y focalizaba su energía en cómo conseguir la siguiente víctima y hacerle pagar una cuota proporcional al daño que le habían provocado tiempo atrás. Desde que el cáncer arrasó con la vida de su padre, la vida de ambos se habían derrumbado, y Nicolás se sentía en la obligación de ser el sostén afectivo de su madre. 

Ahora estaba solo en la vida y eso lo llenaba de ira. Al enterarse del identikit en la casa de la bruja corrió a su casa alquilada y, tras despedirse del solitario anciano que se la rentaba, clavó con furia un cuchillo en su entrecejo, temía que hablara con la policía.

Alcanzó a guardar en su furgoneta algunos elementos que podrían serle de ayuda, instintivamente tomó una máquina soldadora que había pertenecido a su padre y salió en busca de su progenitora. Cerca de su casa, observó a lo lejos a su vecino, el jardinero que merodeaba la zona, le sería imposible entrar sin ser visto a esa hora de la tarde. A los pocos minutos llegó Morales con los oficiales y el Tatuador entendió que ya nada sería como lo había diagramado. Pensó en acercarse y matarlos a todos con lo primero que tuviera al alcance de su mano, pero no saldría victorioso. Federica le había enseñado a ser paciente, a saber esperar para recoger frutos maduros. Se reprochaba no haber sido lo suficientemente inteligente de llevar siempre consigo las fotos de los seguimientos de sus presas.

El enojo que pronunciaba la vena de su frente era cada vez mayor, los ojos se le llenaban de cólera, ese detective que lo estaba siguiendo de tan cerca le había dado las razones suficientes para detestarlo con todo su ser. Nunca, en 35 años, se había apartado del lado de su madre y jamás permitiría que se la lleve de arriba alguien que interfiriera en la relación de ambos, al fin y al cabo, ese era el motivo supremo que lo impulsaba a asesinar.

Esta noche iluminada por la luna brindaba a Nicolás el encanto necesario para trazar sus próximos pasos. Los movimientos que podría hacer por la ciudad eran reducidos, así que frente a un espejo todo sucio y con una tijera que guardaba en su mochila aprovechó para cortarse el pelo. La impotencia  por no concluir con su propósito inicial la trasladaba a Morales, se le había ocurrido una manera de hacerle pagar la intromisión a su casa. Sonrío y se le marcaron unos leves pozos en sus mejillas, sintió  que el hijo del detective algún día le agradecería lo que haría. Apagó el cigarrillo con el que siempre desviaba sus nervios y desperezó su cuerpo cansado, sólo necesitaba que saliera el sol.





CAPITULO 19 - EL SOL


El invierno recién iniciaba. Durante la semana el viento violento había hecho que los ciudadanos prepararan sus abrigos cada mañana, sin embargo,  el día se perfilaba como uno de los más calurosos. Los rayos intensos del sol llevaban a las personas a caminar por las veredas con sombra. No había mucho movimiento por la ciudad, las tiendas y negocios aún permanecían cerrados.

Alfonso, el joven hijo de Morales, salía de la casa de su abuelo y se dirigía hacía el auto. Laura, su madre, saldría luego de limpiar las tazas del desayuno y juntos irían hasta la escuela. Antes de decidir alejarse del detective y vivir con sus padres, iban caminando pero desde aquel día su papá le prestaba el auto para que no se movilizaran en colectivo.

Cuando el chico quiso abrir la puerta del auto para esperar a su madre en el interior vio que se acercaba rápidamente un hombre que no conocía. Éste lo miraba fijamente y en el momento en el que intentó agarrarlo de la cabeza Alfonso gritó y Laura salió apurada de la casa. Se trataba del nuevo canillita que les entregaría el periódico hasta que se recuperara de la garganta su tío que se encargaba de ello todos los días. Un adolescente muy cálido que le gustaba conversar con los clientes y jugar con los pequeños. Laura se apresuró a pagarle y subió al auto, en la escuela eran muy exigentes con el horario de entrada.

Después de varias cuadras de iniciado el recorrido, en el asiento del acompañante Alfonso miró a su madre y le preguntó con tono apenado por su padre, la última vez que había estado junto a él fue luego de la muerte de Smith. La mujer respondió que Morales  estaba en una investigación importante pero que pronto tendría todo el tiempo disponible para ellos. El pequeño, inconforme con la respuesta, se cruzó de brazos y observaba al malabarista disfrazado de payaso que aprovechaba los semáforos en rojo para demostrar sus destrezas, por suerte restaban pocas cuadras para llegar a la escuela.

Antes de que cambie de color y los dos autos que estaban a la espera del verde continuaran su marcha, el colorido hombre se acercó a las ventanillas en busca de dinero con el pretexto de alimentar a su familia. Al no recibir ni un peso, su actitud violenta aumentó y se colocó frente al auto de Laura impidiendo su paso. El otro auto que la acompañaba en la esquina siguió su camino sin siquiera notar lo que estaba sucediendo con el payaso.

Alfonso muy asustado lloraba y a la esposa de Morales no se le ocurrió mejor idea que bajar a disculparse y darle un billete que tenía en la guantera del auto. El Tatuador sacó provecho de esta situación, ya que ni el malabarista ni la mujer vieron que estaba al acecho. Con un gorro y la bicicleta que había robado luego de matar a Smith llegó al lugar, se bajó tirando la bicicleta sobre la vereda y  entró al auto para luego darse a la fuga con el hijo del detective.

El nivel de estrés y desesperación de Laura se incrementó tanto que no podía ni pensar, solo gritaba y lloraba por su hijo. Intentó correr el auto pero era imposible alcanzarlo, solo logró tomar una fotografía que el asesino arrojó por la ventanilla. Su celular había quedado en el auto y el malabarista desencajado por el secuestro de Alfonso le pedía perdón a la mujer. Laura, así como un animal que funciona por instinto, comenzó a correr hacía la casa de su marido que quedaba cerca. En el trayecto estuvo a centímetros de chocar con una moto, sus piernas le pesaban y los latidos de su corazón se intensificaban.

Golpeó con fuerza la puerta de la casa de Morales, rogaba que estuviera adentro, prefería contarle primero a él que ir a la comisaría o llamar al 911. Al escuchar la puerta y los gritos de su esposa, el detective salió a recibirla y también entró en pánico al enterarse, pero intentaba mantenerse lo más calmo que sus nervios le permitían. Laura le mostró la foto que el secuestrador había tirado por la ventanilla y Morales confirmó que el Tatuador otra vez estaba jugando con fuego. Era una fotografía antigua en la que Nicolás se encontraba con sus padres, no lo reconoció directamente pero sí a su madre, que estaba idéntica a cuando ellos la habían hallado muerta en la heladera de su casa. Evidentemente el asesino atentaba contra él, como forma de manifestarle su desacuerdo, por haber trasladado a Federica de la casa a la morgue sin su consentimiento.

Morales no sabía si llamar al comisario, ir a la comisaría, salir a buscar a Alfonso por la zona, tratar de hallar el auto o lo que fuese necesario con tal de recuperarlo, no deseaba que tuviera el mismo fin que Smith. Se sentía muy culpable por haberlo dejado de lado todo este tiempo y los reproches de Laura, mientras lloraba desconsoladamente, lo apabullaban. Tomó la foto del asesino con su familia y, antes de salir de la casa, atinó a ponerse una chaqueta, pero al ver que el sol cubría el cielo volvió a dejarla sobre la silla. En ese momento de la prenda cayó la tarjeta de Leonora. Morales la levantó del piso y lo interpretó como una señal de su fallecido ayudante. Pidió a su mujer que se quede en la casa, por si el asesino intentaba comunicarse allí, mientras iba en busca de la tía de Smith.

Una vez conduciendo pisó el acelerador, los rayos solares reflejaban en el vidrio delantero del auto impidiéndole ver el camino con total claridad. Se moría si le pasaba algo a su hijo por culpa de su trabajo. Reaparecían en su mente miles de momentos, desde el nacimiento hasta cómo había aprendido a ser padre con el paso del tiempo. El sol presente ese día le hacía recordar cuando Leonora le había comentado sobre el arcano 19 por el tatuaje con forma de sol que el asesino había dejado impreso en el cuerpo del pequeño Joaquín. Ella le había dicho que para muchas culturas simboliza el principio masculino, la autoridad, la paternidad.

Cuando llegó a destino Leonora estaba abriendo la puerta de su casa. El detective se bajó rápido del auto, le contó la razón por la que estaba tan desesperado y le dio la foto para que viera si percibía alguna señal que lo ayudara a encontrar a su hijo. La mujer intentaba mantenerlo calmo, agarró con fuerzas la foto y cerró sus ojos. Su respiración empezó a fluctuar, sentía mucha humedad y olor a metales oxidados, además pudo ver al pequeño aún con vida atado a un caño.
La cabeza de Morales hizo un click y salió en busca de su hijo, sabía dónde encontrarlo y no dejaría pasar el tiempo. Leonora, no sabiendo hacia qué lugar se dirigía, lo agarró del hombro mientras el detective se marchaba apresurado para que se lo contara, estaba dispuesta a acompañarlo si lo consideraba oportuno. Le contestó que no hacía falta, que él mismo se encargaría de rescatar a su hijo y de atrapar al asesino, no quería que nadie se entrometiera ni poner aún más en peligro la vida de Alfonso, por las dudas llevaba el arma cargada.

El detective reanudó su viaje en el auto, deseaba tener la capacidad de teletransportarse para estar lo más rápido posible en la fábrica que seguramente Nicolás Piccioni tenía cautivo a su hijo. La misma que en su momento había pertenecido al padre del Tatuador y que luego de cerrar por una crisis económica había quedado abandonada. Apenas escuchó la descripción de Leonora sobre el lugar lo asoció a la fábrica y, si bien no sabía la ubicación con exactitud, recorrería la ruta por la que suponía que se hallaba, Smith de alguna manera lo ayudaría. La casi ausencia de autos por las calles le permitía superar ampliamente la velocidad permitida.

A los pocos minutos de transitar por la ruta divisó a lo lejos el amplio galpón abandonado, se aproximó y descendió preparado con el arma en mano, tenía que ser la fábrica que estaba buscando. La entrada principal era un portón oxidado por el paso de los años, Morales lo abrió tratando de no hacer ruido, entró sigilosamente vigilando todos los rincones donde podría estar el asesino. La luminosidad aportada por el sol en el exterior contrastaba con la lúgubre oscuridad de la fábrica en la que había ingresado.

Al fondo de un largo pasillo, una luz prendida le llamó la atención y de allí provenía el llorisqueo de su hijo. Se fue acercando de a poco, vigilando cada posible escondite, llevaba una postura defensiva pero no dudaría en atacar, de todos modos si lo mataba, en la ciudad se lo iban a agradecer. Recorrió cada centímetro pero solo se escuchaba cómo lloraba el pequeño. Ingresó en la habitación, corrió hacia Alfonso que estaba amarrado con soga a un caño y lo abrazó pidiéndole que se tranquilice. Se arrodilló para desatarlo y salir de allí antes de que regresara el asesino. Luego volvería con más policías para ponerlo tras las rejas.

Cuando terminó de desatar el último nudo que mantenía prisionero al niño giró su cabeza a la entrada de la habitación y el Tatuador de Sangre estaba mirándolos. Por fin sucedía lo que buscaban: el detective se encontraba frente al asesino que tanto trabajo le había costado hallar y Nicolás ante el hombre que lo había distanciado de su mamá. Ninguno dispuesto a perder.






No hay comentarios:

Publicar un comentario