Capítulos 20 y 21


CAPITULO 20 -. EL JUICIO



Mientras Morales se adentraba en la fábrica, el asesino resolvió rápidamente lo que haría. Esperó oculto tras una antigua máquina que se encontraba en un rincón y, cuando lo vio entrar en la habitación, que antes se utilizaba para el testeo de motores, se aproximó a la puerta. El detective giró su cabeza y, al verlo, soltó la soga que tenía prisionero a su hijo y tomó su arma, apuntó a la frente del Tatuador y gatilló. Nicolás, que desde un principio había analizado esta posibilidad, fue más astuto y en el momento en que su contrincante lo apuntaba, sacó su arma de electrochoque y disparó directo al corazón.

Como resultado de los ínfimos segundos que duró esta escena, el disparo del detective rompió una ventana de vidrio que comunicaba la habitación con el pasillo y, el proyectil del arma de Nicolás, le provocó a Morales una descarga eléctrica que inmovilizó su cuerpo el tiempo necesario para que el asesino pudiera apartar el arma del detective y esposarlo al mismo caño en el que había sujetado nuevamente al pequeño.

Nicolás se sentía reconfortado, aunque en el último tiempo sus planes habían cambiado de manera drástica, desquitaría toda su ira con el hombre que le había impedido cometer todos los crímenes, asesinar a las personas que habían jugado un papel desconsiderado en su vida y en la de su madre.

Las intermitencias del foco que colgaba e iluminaba el lugar aterraba al pequeño Alfonso, hijo de Morales, que lloraba sin parar mientras su padre, recuperándose del impacto intentaba calmarlo. A su vez el asesino también quería que el chico se tranquilizara, argumentando que todo sería por su bien. El detective se había ganado su muerte luego de haberlo desprendido de su madre, a quien trataba como si aún estuviese viva. Consideraba que lo ideal sería llevar a la tumba la vida de ambos, ya que si eso hubiese ocurrido con su padre, si ambos hubiesen muerto producto del cáncer, no habría sufrido durante tantos años con su madre, no lo habrían llevado a planear las muertes que había cometido. Creía que la mejor alternativa era que padre e hijo murieran juntos y de igual forma.

Morales tapaba los oídos de Alfonso, no podía dejarlo escuchar las incoherencias que les decía. Primeramente el detective recurrió a los insultos pero, resignado, viendo que no conseguía nada intentó dilatar la situación, hablar sobre lo que había ocurrido en los últimos meses y así hacer tiempo para buscar una solución, evitar que los mate y sobre todo esperar que alguien los rescate. Lamentaba no haber advertido a nadie que iría a la fábrica abandonada, que había pertenecido alguna vez al padre del asesino.

El Tatuador se retiró del lugar unos minutos para luego entrar con las herramientas que lo ayudarían a perpetrar el doble crimen. Tenía planificado soldar una chapa al marco de la ventana, cuyo vidrio se había roto por el disparo del detective, y de esta manera asegurarse que la habitación quedara cerrada herméticamente. Desde el exterior abriría una llave provocando que la boca del caño en el que estaban sus prisioneros expulsara el gas que los mataría en cuestión de dos tercios de hora. Debía apurarse, aprovecharía ese tiempo para desaparecer de la ciudad y del país, escapándose por la frontera. Luego de recorrer varios kilómetros llamaría a la comisaría, desde algún teléfono público, para que los oficiales acudan al lugar, dándole aún más tiempo para escapar mientras ellos se encontraban con los cuerpos sin vida de Morales y Alfonso.

Al regresar a la sala, Nicolás tiró el cigarrillo que calmaba sus nervios, lo pisó con su pie derecho y apoyó el equipo de soldar que traía a la rastra. Miró al detective que estaba agotado en el piso y le dijo “Esta máquina pertenecía a mi papá. Antes de morir me la enseñó a usar, seguro sabía que me iba a servir para un día como el de hoy”. Morales se aferró a estas palabras para preguntarle sobre su padre y desde ese instante el asesino, haciendo una especie de catarsis, le contó cómo había llegado a convertirse en el temido Tatuador de Sangre. De este modo, las cuestiones sin resolver por Morales salieron de la tumba, los secretos que Nicolás guardó desde un primer momento salieron a la luz con su relato.

Sus primeros años de vida fueron muy felices pero, luego de la muerte de su padre, Federica, la madre tuvo que cargar con las responsabilidades familiares. Además de sentirse mal por la muerte de su marido se le sumaba el conflicto económico con el socio del padre del Tatuador por la parte de la empresa que les correspondía heredar. Al no lograr un acuerdo tuvieron que recurrir a un litigio. Por desgracia para madre e hijo, eligieron como abogado a Christian Juaréz, el adicto a los chocolates, quién se aprovechó de la etapa de crisis de la mujer para mantener relaciones de toda índole con ella. Él le había ocultado que estaba casado y le proponía un futuro mejor, que finalmente duró el mismo tiempo que Federica conservó la plata recibida por la fábrica. Nicolás, tan pequeño, silenciosamente sufría por su madre.

Afortunadamente Federica logró hallar una fuente de ingresos con el Tarot, que anteriormente usaba solo con sus amigas. Varios años de consulta llevaron a Nicolás a incorporar, por una especie de ósmosis, conocimientos sobre las cartas. La primera consultante oficial de su madre había sido Julieta, otra de las víctimas. La mujer recurría asiduamente a la casa de ambos para saber sobre su vida amorosa y las infidelidades que cometía, en especial la relación que escondía con el carnicero del barrio. El Tatuador escuchaba las charlas que mantenían las mujeres mientras se sentaba a realizar la tarea de la escuela. Cuando regresó con Alberto, su marido, Julieta hizo un cambio en su vida y se metió de un día para el otro en la Iglesia. Desde aquel entonces no fue más a visitar a su madre, e incluso le daba vuelta la cara cada vez que la cruzaba. Federica decía estar bien, pero Nicolás sabía que esta situación le afectaba.

Otro de los consultantes que había desatado internamente la furia del Tatuador fue Hilario, el empresario que debía su éxito a Federica. Todas las decisiones trascendentales que debía tomar en su trabajo eran previamente consultadas a las cartas. En cuestión de año y medio, el hombre había llegado a un puesto muy alto y su situación económica era muy destacable. Sin embargo su avaricia le jugaba en contra, mientras más tenía, más quería  y menos colaboraba. Nicolás sentía impotencia porque los miles de pesos que ganaba el empresario eran fruto de las predicciones de Federica y, sabiendo la mala situación que ellos estaban pasando, solo se limitaba a pagar la consulta y nada más, nunca un reconocimiento.

Al terminar de contar esta parte de la historia a Morales, Nicolás había soldado completamente la placa a la ventana. El detective estaba sin fuerzas y su hijo suspiraba a la vez que lloraba. El asesino salió de la habitación y guardo en la parte trasera de su camioneta el equipo de soldar y luego agarró de la guantera una jeringa. Al volver vio que Morales intentaba desatar a su hijo. Lejos de alterarse, les repitió que lo mejor era morir juntos.

La muerte de su padre, y años después de su madre, lo habían hecho sufrir demasiado y también motivado  a asesinar a Cangurillo, el chico de la plaza. La madre de Joaquín había consultado varias veces a Federica. El Tatuador sabía que Cangurillo era fruto de un embarazo no deseado y la mujer en los primeros meses de gestación, si no hubiese sido por los consejos de la tarotista, lo habría abortado. Nicolás no entendía por qué razones una mujer no quería tener un hijo siendo que su madre le daba todo el amor que él necesitaba con lo poco que tenían. De esta manera asesinando a Cangurillo lograría hacerle pagar a la mujer su mala actitud. Incluso antes de acudir a Federica, la mamá de Joaquín acudió a Andrea, otra presa del asesino. La bruja nunca pudo soportar el éxito que tenía la madre del Tatuador con el Tarot así que buscaba trabarle con sus miserables “trabajos” las consultas, como por ejemplo aquella tarde que tiró el sapo con el nombre de la tarotista en un papel en la boca del animal. Similarmente era el odio que tenía con el psicólogo que se había salvado por la interrupción de Smith. Guillermo no creía en el Tarot. Muchos de los consultantes de Federica que empezaban sus sesiones de psicología, por recomendación de las cartas, dejaban de acudir a ella debido a las ideas que éste le inculcaba sobre las cartas.

Así, el Tatuador había captado toda la bronca y odio que de chico no podía expresar, pero que ahora de grande lo podía canalizar con los asesinatos. Morales no podía creer lo que escuchaba y preguntaba qué iba a pasar con ellos. Nicolás respondió que enseguida se enterarían, tomó con fuerza el brazo de Alfonso y le clavó la jeringa para sacarle sangre. Luego salió de la habitación, cerró la puerta con un candado y, con la sangre del pequeño, dibujó un signo de interrogación en la puerta. Por último abrió la llave de gas de la cañería que entraba a la habitación y, con una sonrisa en su rostro, salió de la fábrica. En cuestión de segundos la muerte se hizo presente con una gran explosión.






CAPITULO 21 - EL MUNDO


Se sentía completo. Había pasado una semana de aquella explosión en la que todo había concluido como él tanto deseaba. Ya podía caminar relajado por las calles de la cuidad y la sensación de victoria lo reconfortaba. El Tatuador de Sangre estaba como muchos ciudadanos querían: muerto. Lo que había sucedido en la fábrica no se hallaba en los planes de Morales, mucho menos en los del asesino que, sin darse cuenta, se había armado su propia trampa.

Para cerrar la habitación de la fábrica donde tenía cautivo al detective con su hijo, Nicolás había soldado una placa a la ventana, cuyo vidrio estaba roto por el disparo errado de Morales. El equipo de soldar, que había pertenecido a su padre, consumía oxígeno y gas acetileno, una de las combinaciones más inflamables que existen y que alcanzan temperaturas superiores a los 3000 grados.

Al finalizar con esta tarea, el Tatuador había tirado descuidadamente su equipo dentro de la furgoneta abriendo inadvertidamente la llave del tanque de gas acetileno. Rápidamente la camioneta se llenó del peligroso gas. Cuando el loco asesino regresó, luego de dejar el signo de interrogación marcado con sangre, ingresó prendiendo su cigarrillo de la victoria. Las chispas del encendedor inflamaron el gas generando la explosión que voló a Nicolás de este mundo… a otro.

Por su parte, Morales y Alfonso fueron rescatados gracias a la ayuda de Leonora. Antes de llegar a la fábrica el detective había acudido a la tarotista en busca de ayuda y, luego de descubrir el paradero de su hijo, se marchó sin decirle nada a la mujer. Lo cierto es que Leonora, al intentar retenerlo para que le cuente a donde se iría, tocó su hombro y gracias a eso pudo tener una visión del logo de un cartel oxidado y gastado de una especie de galpón. Preocupada se dirigió a la comisaría, no quería que sucediera la mismo que con su sobrino Smith. Junto con el comisario pudieron descubrir que se trataba de la antigua fábrica del padre del asesino. Fue así que un par de kilómetros antes de llegar pudieron ver la explosión. En un primer momento pensaron lo peor pero, una vez allí, sintieron llorar a Alfonso y los rescataron, rompiendo el candado que los mantenía encerrados.

Ahora el detective estaba muy feliz. Minutos antes había dejado a su hijo en la escuela, tenía planificado ir caminando a la comisaría, donde lo esperarían con un festejo por su reincorporación. En el trayecto podía respirar paz, todo estaba en su lugar. Aunque las personas, inmersas en sus rutinas, se movían de forma casi automática él apreciaba el modo en que lo hacían, ya no había más Tatuador de Sangre, ya no se notaba tensión en la ciudad.

La atmósfera templada y el buen humor incentivaban a Morales a reflexionar sobre lo ocurrido, indudablemente estar a punto de morir con su hijo había cambiado sus planes de vida. Se propuso dedicarle más tiempo a su familia, que había recuperado, y menos al trabajo, especialmente compartiría más momentos con Alfonso. Si bien Nicolás Piccioni había recurrido a una mala manera de resolver sus problemas, el detective comprendía cómo la muerte de los padres puede perjudicar a una persona, de hecho a él lo habían abandonado de grande, e igual sintió una gran aflicción con la partida de ambos. Al Tatuador lo vivido en el pasado le había jugado una mala pasada, su traumada infancia le impidió construir un futuro mejor.

Morales también estaba contento de poder entablar una relación de amistad con Leonora, a la que le había manifestado que algún Dios había hecho justicia por la muerte de su sobrino Smith y de las demás víctimas del loco asesino. Recordaba cómo meses atrás no creía en nada ni en nadie y, con el correr de los días, la tarotista le había demostrado que estaba equivocado, que existen personas que se dedican al Tarot de forma seria y respetada, sin el fin principal de obtener un beneficio económico, sino movilizados por el bien de quienes acuden a ellos, por una mejora en la vida de todos.

Ya casi llegando a la comisaría, Sherlock Morales se sorprendió gratamente al ver a Gonzalo, el hijo de Andrea, la bruja que había sido presa del asesino del tarot. El hombre se acercó al detective para agradecerle por el trabajo realizado, no podía ocultar en su rostro la felicidad por la muerte del Tatuador. Morales dibujó una sonrisa y lo invitó al festejo por su regreso al trabajo. Gonzalo le respondió que tenía un día complicado pero no quería marcharse sin antes darle un obsequio.

En ese momento, mientras ambos caminaban cruzando la plaza principal de la ciudad, el hijo de Andrea sacó de la bolsa que llevaba un revólver, presionó el arma en el pecho del detective y disparó. Morales, sin tiempo a reaccionar, cayó desplomado al piso y, mientras el hombre se marchaba corriendo y su vida le daba los últimos suspiros, recordó una frase que siempre le gustaba decir a Smith:

“Todo fin, desde donde lo mires, representa un nuevo comienzo. 
Solo basta atrapar a un asesino para que aparezca otro… 
mucho más loco”









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